Si tenés menos de 25 años, te invito a leer esta nota. Si
Tenés más de 25 años,
respetuosamente le pido me perdone, porque debe ser para usted un material
conocido. Pero, terco, insisto; si Tenés menos de 25 años, atendeme ¿Puede ser?
Siento la necesidad de contarte, de hablarte de Juan Manuel
Fangio. Cinco veces campeón del mundo, pronto a inaugurar en vida,
afortunadamente, un excepcional museo. Pudiera ser, no lo descarto, la
consecuencia de una reciente visita a ese lugar y el reencuentro con valiosas
piezas de la tecnología deportiva argentina lo que hizo nacer el deseo de
contarte cosas. Mis cosas con Fangio ...
Fangio. Gano con todo lo que manejo. Como para que un
muchacho como vos me pregunte rigurosamente si Fangio era tan bueno "como
dicen los grandes". Si yo me apoyara en la estadística, en la estadística
fría y rigurosa que insensible acumula nombres y números codificando el mundo
con la rigurosidad de una computadora, paradojicamente matemática, tendría
perfectamente solucionada la ecuación. El tiene ganados cinco títulos del
mundo, una distinción que no alcanzo ningún otro deportista que en este mundo
haya corrido contra el reloj sobre la tierra.
Empiezo por contarte que Juan Manuel Fangio alcanzo su
graduación más
exquisita como hombre enamorado de los fierros después de profesar muchas horas
en el aula del taller del galpón del campo. Con miles y miles de kilómetros de
observación sobre la pampa húmeda, que tan bien se presta con el aromático
sabor de sus bucólicas tardes, para que uno repase las cuentas y ponga en paz
su alma con Dios.
Se hizo en la tierra. En la huella que en su niñez llegaba
casi exhausta hasta el camino real. La huella que a las perdidas daba con el
pavimento de la ruta troncal. Sobre esa masa gris, que cuando se seca genera el
enemigo más mortífero
del automovilista. El polvo. Una masa que, inundada, se transforma en barro.El
fue descifrando desde su niñez aquel insólito, llegando a conocer hasta la
industria del pantano que azotaba entonces muchas regiones de nuestro país.
Cuando un día pudo saltar a la magia de la pista, con
asfaltos aterciopelados, aunque muchas de sus primeras carreras suyas fueran en
parque con árboles acechantes y cordones siniestros, retozo plenamente. Si
hasta confeso que le había sido fácil ganar más de una vez...
Turismo de Carretera, Mecánica Nacional, Coches Especiales,
Formula 1, Coches Sport ..... Marcas de renombre como Mercedes Benz, Ferrari,
Maserati y otras de difundida leyenda. Algunas, armadas con el recurso salvador
y folklórico del alambre colocado por su hermano Toto. Fijate que con esa
obstinación paisana fue cultivando cuerpo y espíritu. Le dio un valor
excepcional a la palabra y necesitado de amigos como estaba para poder
despegar, hizo un culto de la amistad. Si hoy pasas por Balcarce, a más de 45 años de sus
primeras aventuras contra el tiempo, te vas a encontrar con amigos que lo
acompañan desde hace más
de 45 años. Con hombres que llegaron a decirme que jamás le interesaron las
carreras de autos. Que en cambio, les interesaba -y les interesa- su amigo Juan
Manuel Fangio.
Me pierdo en la divagación porque el asombro me confunde,
pero, recapitulando, tengo presente que este hombre al que el padre de Jacky
Ickx califico, allá por 1954, como el Napoleón del automovilismo deportivo, por
considerarlo el primer estratega que calzaba guantes para correr un auto, este
hombre -te digo- tiene una excepcional dimensión humana que corre pareja con la
otra, la deportiva, más
conocida. La que proclama que fue cinco veces campeón del mundo. Porque antes
que eso fue campeón entre nosotros, con esa mística que es el Turismo de
Carretera, cuando las carreras de entonces llegaban a 800, 900 y 1000
kilómetros. Todos los domingos. Con cinco, seis y hasta siete horas de manejo.
Con etapas de apertura de Grandes Premios que lo transportaban imaginariamente
a uno desde Buenos Aires a Salta o a Comodoro Rivadavia. Y hasta Santiago de
Chile. Hachando el país por caminos que exigían la entrega absoluta.
¿Sabes? Aquellos fueron los más ricos momentos de civilización que
desanduvo el auto entre nosotros aquí, en mi patria LA nuestra.
¿Como hacia Fangio para mantenerse durante años y años en el
escalón más alto?.
Creo que alguna vez se entretuvo con un cigarrillo, pero no llego a fumarlo
entero. De las copas, que yo sepa, no fue afecto. Como paisano que es, si
-acaso- un trago de buen vino de cuando en cuando y para estar a tono si la
mesa es de lo mejor y para celebrar. Y casi siempre, asado. Una vida con mucho
sol desde bien temprano. Un día con otro. Y siempre.
Debes saber que hay muchas formas y maneras para ser
campeón. Que hasta puede integrarse para serlo, como factor constitutivo, la
misma casualidad. Que en definitiva -filosofaba Ortega, y que yo sepa no lo ha
desmentido nadie- el hombre es el hombre y sus circunstancias....
¿Cuáles
fueron las circunstancias de Fangio?
En esa búsqueda para títulos mundiales, en un primer momento
el hallazgo de una Europa que todavía estaba curando las heridas de la segunda
gran guerra, con autos algo desactualizados, con una tecnología un tanto
oxidada, según se pronuncia aquel excepcional director deportivo que fue Alfred
Neubauer, en su libro "Hombres, mujeres y motores", uno de mis libros
de cabecera. Autos de embragues vacilantes. Coches de dimensiones descomunales,
de arbitraria relación peso-potencia. De díscolos aceleradores. Sin el menor
confort interior, con cubiertas angostas. Con esfuerzos anchos. Había que
hamacarse; por lo menos, 500 kilómetros de una sentada, apenas refrescada con
un trago de agua mineral. Incluido un tenebroso reabastecimiento de
combustible.
Con el aceite de ricino, participante de la mezcla,
perfumando exóticamente las vecindades de los boxes. Con coches sin leyendas,
que entonces identificaban a cada país. Sin el sacrilegio de mercenarias
contrataciones que fueron transformándolo todo. El nuestro, el de la Argentina
-¿Sabes?- deportivamente solicitaba un capot pintado de amarillo con el resto
del continente de la máquina todo azul.
Ahí lo estás
viendo a Juan Manuel. Fijate. Dejame mostrártelo de la cabeza a los pies. Con
un casco de genero sobre su la cabeza, enriquecida por unas antiparras que una
vez, amigos de su fama. le hurtaron impiadosamente y a las que recupero por el
camino de un reclamo hecho atendiendo al respeto que a Fangio siempre le
inspiro su primer propietario (Aquiles Varzi). Una camisa de manga corta que
permite la exhibición de unos brazos gruesos y fuertes rematados con guantes
cortos perforados. Un pantalón celeste casi siempre común. Y sus zapatos.
Muchas veces gruesos zapatos para apoyarse sobre una pedalera que, burda y
tosca , servia para descansar toda la osamenta. Así estaba listo el jinete para
correr.
Así montaba por los años cincuenta, cuando sobrevivían pisos
ciudadanos que mortificaban los huesos del hombre y desencajaban las cuadernas
de la máquina. La
velocidad transformaba la imagen que se estilizaba entonces.
Tiempo - dichoso tiempo- cuando todavía podíamos ver desde
la cintura para arriba todos los pilotos....
¿Que fue el mejor? Los puristas sostienen que lo mejor de
Juan Manuel Fangio -y lo mejor de todos los tiempos hasta hoy- fue el Gran
Premio de Alemania del '57. Porque lo combino todo: estrategia, astucia,
inteligencia, táctica... Porque preparo una carrera y en el camino, apareciendo
otra, corrigió sobre la marcha lo estudiado para terminar ganado igual. O
mejor. Porque enhebro records con una facilidad que hoy todavía no tiene
paralelo. Porque saco de sus casillas a 200.000 alemanes flemáticos congregados
en el viejo Nurburgring, aquel que tenía 182 curvas por vuelta llevándolos al delirio.
Aquel dibujo maldito en el que otro día se desvaneció para
siempre la sonrisa buena del muchacho puro que fue "Pinocho"
Marimon....
Otros, en cambio podrán hablarte de la tarde de 1955 que en
el Autodromo Municipal lucía
un sol de fuego, hirviente, como pintado por Fellini. Una bola incandescente
que fue derrumbando uno tras otro a los pilotos de sus coches, a tal punto que
hubo autos que llegaron a tener hasta cuatro corredores sentados en una misma
butaca...
Únicamente Fangio quemándose una pierna con un escape que se
calcinaba y "Bitio Mieres", un romántico de la velocidad que un día
prefirió cambiar el estruendo de los motores por el silencio del agua, fueron
los dos hombres que completaron la distancia total de aquella exasperante
prueba.
Ellos dos, los únicos que permanentemente giraron dentro de
aquella caldera del diablo. Todavía lo estoy viendo, después de la hazaña.
Bebiendo calmosamente un sorbo de agua y, como buen paisano, haciendo una pausa
antes de seguir combatiendo una sed que debía estar quemarlo por dentro.
Sonriendo descarnadamente. Manchada su cara de aceite, a
punto de agotarse la última
pizca de energía en la feroz demanda. Pero primero. Ganador.
Otros más,
con el mas legítimo
derecho, te ofrecerán la tarde de 1954 en que en ese mismo lugar el cielo se
encapoto por una nube negra de la que después se descolgó un diluvio. Lo estoy
oyendo. Faltaba una media hora para llevar los coches a la línea de salida -que
entonces los mecánicos y el propio corredor eran los que empujaban el auto de
carrera para no cansarlo ante la perspectiva del esfuerzo- cuando me confió:
"Va a llover. La carrera en serio será de la mitad para adelante.
Preocupate por estar alerta". El me aviso a mí. A mi impaciencia juvenil y a mi
libreta. Mi primera libreta de periodista ... (A nuestro lado, también conservo
a Carlos Mentiteguy, probándose unos guantes calados. Y fumando)
¿Y porque no puede ser lo mejor aquello que termino en
luto?.
Te digo que por un reglamento confusamente estructurado
encaro la Buenos Aires - Caracas como todos. Con la obligación de largar al día
siguiente desde la posición que ocupara en la clasificación general. Fuera a
que fuera. Entonces camino de Salta -la linda- y mucho antes del calvario de
Tumbes, el rezongo de un diferencial, mortificados piñón y corona, cayendo al
fondo. Desde ese fondo tuvo que remontar hoy y volver a empezar mañana y al día
siguiente, y al otro día... Tengo mi planilla de tiempos. Te la puedo mostrar.
Lo veras superando corredores una y otra vez para volver a caer en ese abismo
de cifras ordenadas y dispuestas por la fría letra reglamentaria. Hasta que se
juntó todo, justo
cuando empezaba a recomponerse su viaje
Un amago de revolución, un sueño interrumpido para todos, la
salida a escape y de noche desde Lima, la falta de reconocimiento de un camino
que al final llegaba hasta el corazón de Venezuela, un pueblito pintado de
blanco y la angustia que se tiño de sangre...
Así puedo seguir horas y horas. Días. Fangio. ¿Quién es Fangio?.
Cuando las 84 Horas de Nurburgring y los Torino de la Misión
Argentina paralizaron al país con una prodigiosa demostración que capitalice la
referencia de aquel taximetrero que transportándome desde Adenau hasta
Frankfurt, al enterarse que entonces compartía mis días con él, me refirió que Alemania había tenido
grandes glorias en el automovilismo pero que todas esas glorias habían muerto
después de equivocarse. Tendiéndome deferentemente la clave de la admiración
sin límites que se
tiene en ese país por Fangio, me regalo esta corta frase "El nunca cometió
errores".
Lo vuelvo a ver en esa misma Alemania, unos meses atras,
apenas, cuando celebro junto a Daimler Benz su primer fresco siglo de vida
("¿Viste? El auto me lleva apenas 25 años), aplaudido por toda una
multitud mientras lo presentaba orgullosamente Niki Lauda y le formaban corte
audaces como Jack Brabham, Phil Hill, Mario Andretti y James Hunt, con los que
disfruto de una velada que la televisión alcanzo a los principales países del
centro de Europa. Teniendo tiempo -haciéndolo- en ese precioso momento, para acercarse
y saludarnos a los periodistas deportivos que allí estábamos invitados por
Mercedes Benz de Argentina.
¿Sabes que el egoísmo no forma parte del bagage de Fangio?
El tremendo respeto que siento por este hombre va mucho más allá de sus cinco títulos. Sus
prodigiosas hazañas deportivas enriquecieron mi juventud. Hoy, mientras mis
cabellos encanecen, vuelvo a encontrarme con su mirada acelerada, mientras lo
recuerdo. La mirada con la que lo identifique siempre. Vuelven a temblar mis
piernas cuando recuerdo que al retirarse de las pistas reunió a los periodistas
para darles testimonio de su agradecimiento. Por haberlo acompañado en sus campañas.
Por haberse ocupado de él.
Por haber difundido sus cosa. ¿Lo sabias? ¿Has sabido de algo igual?
De aquel selecto grupo de veinte hombres de la prensa, yo
era el más joven. Y
seguramente el de más
rudimentarios conocimientos. El más nuevo.
A la hora de despedirse de ese mundo de las pistas y
distancias, no olvido a uno solo de los que poco o mucho nos habíamos ocupado
de él. Fue entregando,
uno a uno, medallas bordadas en plata y oro que había traído de Italia,
agradeciendo el tiempo que se le había concedido. (Después, una larga noche,
fui despertado a punta de pistolas. Y entre muchas otras cosas, mala gente me
despojo arbitrariamente de este trofeo. Lo que no me pudieron robar esos
ladrones fueron las palabras que Fangio me entrego junto con esa medalla.
"Gracias, Gracias por haberme acompañado, Conta siempre conmigo").
Juan Manuel Fangio. "Gracias a la vida", canta la
voz lacerada de Violeta Parra, desde una iluminada eternidad. Yo le doy gracias
a esta bendita profesión que me permitió conocer a Fangio. Yo también puedo dar
las gracias por haber compartido parte de toda esta singular historia,
introducirme muchas veces de rodon en su vivencia, sin necesidad siquiera de
pronunciar palabra alguna.
Como el café que en silencio disfrutamos juntos, la última vez, en Alemana.
Cuando su gris mirada paseo por encima del viejo circuito de Nurburgring.
Los duendes de la velocidad, respetuosos una vez, hicieron
piadosa escala en torno nuestro. Anochecía.
Por
Alfredo Parga
Revista El
Gráfico Nro 3.500 Noviembre de 1986